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lunes, 2 de junio de 2014

¿Por qué CAMINAR si puedo DANZAR?

Desde pequeña tomé clases de teclado y de danza folklórica, ¿me gustaban? Sí, me encantaba ir a mis clases, aunque siempre tuve mayor prioridad por la danza. Así que seguí bailando, recuerdo que me encantaba mover de un lado para otro los metros de tela de la falda colorida y así saber un poco de la cultura de cada rincón de mi país. 

Pero, ¿sabes? ¿te ha pasado que te gusta mucho una cosa, pero no te llena del todo? Tenía 14 años cuando me percaté que el folklor no era lo mío, ¿me gustaba?, sí… pero ya no quería practicarlo. Dejé de bailar por 2 años, hasta que un día llegó a mí una nueva curiosidad, EL BALLET CLÁSICO. 
Mis papás, como en todo, me apoyaron y cuando entré a mi primera clase, sin flexibilidad, sin bases, sin conocer cómo se ocupaba la típica barra de los salones clásicos de ballet, pero con mi uniforme, mis tan deseadas zapatillas suaves y mis ganas de aprender algo nuevo, para mí lo era TODO. Y ahí fue en donde mi vida dio un giro radical, había encontrado mi pasión, había encontrado eso que en verdad me movía. 

Encontraba en el ballet la forma de proyectar quién soy en realidad, de demostrarle al mundo lo que la dedicación a tu pasión CREA. Desde punto de vista, esta disciplina no se compara con los años que baile folklor, no sabía que podía llegar a dar tanto en una danza tan exigente. Y es cuando mi vida se enfoca en sólo una cosa, LA DANZA. 

Tuve la oportunidad de crecer rápido gracias a los años de práctica en el baile. Estaban preparando el opening para una puesta en escena “Le Rêve”, le llamaban. Cuando entré ya casi iban a la mitad, la miss sólo me decía: "descansa", mientras mis compañeras hacían la coreografía, me entristecía, pero sabía que no estaba a la altura de ellas. Hasta que un día la directora habló conmigo, una de mis compañeras se había lastimado el tobillo y no iba a participar, mencionó claramente que si le echaba ganas, tal vez me incorporaba a la coreografía, fue uno de mis mejores días y sabía que todo dependía de mi y del gran esfuerzo que iba a realizar para lograr el sueño. 

Trabajé duro, asistía a todas las clases puntuales, ponía mucha atención y logré entrar a la coreografía, eran tan solo 4 minutos de canción, pero para mí eran los minutos más esperados durante todo el día.
Y llegó el día, sólo llevaba 4 meses bailando y ya estaba frente a muchas personas, en el Teatro de la ciudad de Puebla, haciendo lo que en realidad me encantaba. Y son esos 4 minutos de felicidad pura, los que aún me siguen sacando una sonrisa después de más 3 años.




No siempre podemos elegir la música que la vida nos toca, pero sí podemos elegir cómo la bailamos. 

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